miércoles, 25 de enero de 2012

Andan días iguales persiguiéndose

Levantarse, desayunar, estudiar, entrenar, comer, dormir, estudiar, entrenar, cenar, dormir y vuelta a empezar. Un bucle que se repite día tras día desde hace tanto que ya ni lo recuerdo. Es el precio que hay que pagar por tener el lujo de vivir tus sueños.

Me he convertido en un autómata que ejecuta el algoritmo marcado y no razona los porqués. Soy una máquina preparada para explorar los límites conocidos de mi rendimiento. No acepto el cansancio ni la razón. Soy inmune a los ataques de mi instinto de supervivencia que me pide que pare. No pienso, tan solo ejecuto. El filo de la navaja es mi hábitat, y sobre él me desenvuelvo como lo haría el mejor bailarín sobre sus 100 metros cuadrados de escenario.

Pronto llegará el momento de dejar de estar diluido en esa rutina y ver, al fin, si esta travesía por el desierto me ha llevado más cerca de la Tierra Prometida.

Por el momento toca ejecutar la orden "entrenar".

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