Preciosa tarde de sábado hoy en
la costa gijonesa. El sol descendía lentamente hacia el horizonte al tiempo que
iniciábamos nuestro calentamiento para realizar las series sorpresa (ni una pista hasta que no estuvimos en la línea de
inicio) de la jornada de hoy.
Los últimos 10 días han sido
duros pero el trabajo realizado ha sido muy bueno. Las piernas notan, y mucho,
los kilómetros que llevan encima. No
obstante, el posible descanso de mañana (esa es la otra incógnita del fin de
semana) ya parece notarse, al menos en la moral, y hace que las fuerzas que
quedan se reunan todas con el fin de cerrar muy positivamente la semana.
El calentamiento finaliza y llega
el momento de la verdad. Las series 3x1500 y algo más (¿para qué deshojar la
margarita del todo?). Pero aún hay un ingrediente extra en el menú secreto de
hoy: ¡¡¡RELOJES FUERA!!!
-“¿Necesitas reloj para correr?,
¿De qué sirve saber el tiempo en un cross?”-son las preguntas con las que “El
Mister” hace que la sesión de hoy pase de ser unas series más a un reto
personal.
Los tiempos marcados son
asequibles y te gustaría responder un NO rotundo, pero de buenas a primeras la desnudez de tu muñeca
hace que pierdas toda la fe que en ti has fraguado durante las últimas semanas
de duros y buenos entrenos.
Pero como decía Arguiñano en Airbag “Aquí hemos venido a jugar, ¿no?”; de modo que te quitas el reloj y
con toda la inseguridad del mundo te plantas en la salida y arrancas.
Al principio no te fías para nada de tu cuerpo. Estás perdido
y tratas de buscar, en lo más profundo de tu disco duro, esas sensaciones que
creías innecesario procesar. ¿Para qué voy a pararme a escuchar a mi cuerpo y
valorar si voy muy rápido o muy lento, si en menos de 100 metros tendré una
referencia cronométrica señalada o aprendida?
Pasar el primer 500 y oír un tiempo de paso (dicho de modo
involuntario) parece que te relaja, cual calada de rubio americano al fumador
empedernido. Pero aún quedan mil metros más, mil metros de total
desinformación. Te sientes vendido, indefenso, sin armas que blandir para defenderte
del cansancio que te frena o el ímpetu de tus fuerzas que te hacen dudar de si estás
perdiendo ritmo.
Al final decides que de nada vale echar de menos algo que no
tienes y te entregas a lo que sí posees, que es tu cuerpo y tu sabiduría adquirida en años y
años corriendo. Y todo cambia. Descubres que eres capaz de acertar el ritmo que
has llevado con menos de un segundo de error, que puedes apreciar la mejora de
una serie a otra y saber en qué tramos has ido más rápido y en cuales has
mejorado. Pero sobre todo, te das cuenta de cuan limitante llega a ser el reloj.
Ese elemento, cuya ausencia al principio del entreno te hacía sentir tan desnudo,
no es más que tu consciencia atlética artificial, supeditas tus sensaciones a
lo que él te diga y te frenarías antes por su orden que por si tu cuerpo da la
luz de alarma.
En Kenia me lo hicieron ver y hoy lo he corroborado. Somos unos
yonkis del reloj.
Puede que a algunos todo esto os suene a chino; pero a mí,
que soy una persona muy cuadriculada (aunque me estoy quitando), estas cosas
hacen que descubra nuevos mundos y que, para más, inri están dentro de mí.
PD: Por si hay algún interesado el regalo tras los 1500’s
fue un 1200…y luego un 1000. Y sí, mañana ¡¡¡DESCANSO!!!