jueves, 17 de noviembre de 2011

Sonrisas de África


Son las 6:30 de la mañana. Mi sombra se alarga hacia el infinito sobre la ondulante y rojiza tierra keniana.
Hace tiempo que desistí de seguir a mis compañeros de carrera, una vez más toca sufrir en solitario; peleando por sacar el máximo provecho de cada bocanada de aire.
El terreno vuelve a empinarse y mis piernas comienzan a pedir tregua. Frente a mí aparecen tres figuras que escalan la cuesta cargados con sacos llenos de madera que llevan sujetos por una cinta colocada en la frente. A cola del grupo un niño de no más de 6 años levanta la cabeza a mi paso. Por un instante nuestras miradas se cruzan; y en su rostro se dibuja una gran sonrisa acompañada de un chillón y punzante "How are you?!?!"...vuelvo a encontrar suficiente oxígeno en cada respiración, el dolor desaparece y la cuesta se acaba. TODAS las cuestas se acaban.
Así es Kenia, una sonrisa en medio de un mundo lleno de sufrimiento, penurias y lucha constante por la supervivencia.
Podría emplear estas líneas en describir como era vivir en un sitio desprovisto de farolas, en que el ritmo de la vida lo dictaba la luz del sol; o tal vez contar lo emocionante y difícil (por no decir imposible) que era seguir el ritmo de carrera de aquellas gacelas de ébano; o incluso seria interesante explicar cómo es la sensación de, al fin, escuchar al cuerpo gritándote por encima de los pitidos del GPS y el yugo implacable del reloj.
Pero qué sentido tendría todo eso cuando sientes que los ojos con los que ves el mundo ya no son los mismos que te llevaste. Cuando comprendes que esa sensación de desconexión con la sociedad que te rodea y que tanto te angustiaba, no era un problema tuyo sino una simple falta de perspectiva.
La gente me pregunta sorprendida si no me traigo ningún recuerdo material, algún souvenir que de fe de mi estancia en África. Pero ellos tan solo están mirando mis manos, no ven dentro de mí.

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