Este curso he empezado a trabajar con una escuela deportiva en un par de colegios. Hacía mucho tiempo que no entraba en un centro de enseñanza primaria en pleno curso. Ya no recordaba ese silencio sepulcral que invade los pasillos durante las clases; ni como se rompe en mil pedazos al sonar el timbre. En segundos a tu alrededor todo son gritos, risas, llantos, carreras, golpes...
En ese momento subir por las escaleras se convierte en la experiencia más parecida a pasear por un manicomio que pueda haber. En cada rellano suceden cosas que serían imposibles de ver en cualquier otro lugar que no sea alguno de los dos mencionados.
De pronto te encuentras con un grupo de adoradores del flan que contagian su fanatismo a todo el que pasa al grito de "¡¡¡Hay Flan de Postreeee!!!". Sembrando a su paso una alegría loca incontrolable, deshaciendo el trabajo que un día hizo el caballo de Atila. Sin tiempo para recuperarte de tanta efusividad por la leche asada, unos escalones más abajo encuentras la cara opuesta de la moneda. Ahí está, frente a tus ojos, el llanto más desgarrador, la pena más extrema, el dolor más inconsolable; y todo, por amor... por amor a esa pulsera de moda (de moda unos meses cada año desde que yo era pequeño) que "el tonto de Pablito" le ha robado y ha medio deshecho, echando por tierra un montón de tiempo de trabajo y esfuerzo...unos 30'
minutos, que según su escala temporal están próximos a ser una eternidad. No obstante, lo que ella no sabe es, que tras el vil acto del "tonto de Pablito", no hay más que ganas locas de llamar su atención. Ya que, "el tonto de Pablito", está completamente colado por ella y cree que ese es el mejor modo de que se fije en él (no es que las técnicas de seducción se depuren mucho con el paso del tiempo).
Pero mi imagen favorita, la que más he disfrutado y envidiado, es la que encontré en el último tramo de escalera. Un niño solo dando estocadas a diestro y siniestro. Librando una feroz batalla a capa y espada (a mandilón y regla, para los ojos más envejecidos) contra una legión de enemigos imaginarios, pero sin duda más reales para él que la prima de riesgo o la crisis. Defendiendo con su vida aquel rellano, ajeno a miradas curiosas y, por suerte, no tan marchitas como para no entender lo que admiran, como la mía.
Me vuelven loco, no me hacen mucho caso y van a una velocidad a la que hace años que no voy; pero me chiflan sus ocurrencias y creo que voy a disfrutar y aprender de ésto mucho más que ellos. Al menos intentaré volver a alargar la sonrisa que el tiempo, vil ladrón de sueños y alegrías, me ha ido recortando.
Hoy hace un año de esta imagen. Un niño en Iten jugando al fútbol con una piedra, ajeno al mundo en el que vive. Solo existe él y la piedra...perdón, el balón |
Reflexión: De niños somos seres sinceros, capaces de reír y llorar de la forma más sincera y real; de emocionarnos y disfrutar de las cosas sin complejos ni prejuicios. Tristemente eso lo vamos perdiendo sin apenas darnos cuenta a medida que envejecemos. Y sin embargo, tanto los mayores como "el tonto de Pablito", tenemos algo en común. La incapacidad para trasmitir nuestros sentimientos de forma abierta y sin contenciones...Supongo que es por eso que el mundo está como está.